4 de abril – S. Isidoro de Sevilla
San Isidoro está venerado como
santo patrón de humanistas: filólogos, filósofos, historiadores, geógrafos,
topógrafos y geodestas. Incluso es venerado como santo patrón de Internet.
Los puntos principales de la
filosofía de S. Isidoro son:
La Filosofía es el
conocimiento de las cosas divinas y humanas: filosofía natural o física,
filosofía moral y filosofía racional o lógica.
En la Filosofía se debe
distinguir la parte científica o la ciencia, que es conocimiento cierto de la
cosa, y la opinión, o conocimiento incierto y meramente probable.
Por medio de las cosas finitas y
creadas, venimos en conocimiento de la existencia y de los atributos de Dios,
el cual es el Sumo Bien, y en el cual existen de una manera substancial, a la
vez que simplicísima, la belleza, la omnipotencia, la eternidad y la
inmensidad.
En Dios no hay presente, pasado
ni futuro, y su eternidad contiene y precede todos los tiempos. Esta eternidad
es consecuencia lógica y necesaria de la inmutabilidad absoluta de Dios, cuya
substancia excluye toda mutación, y cuyos actos y determinaciones son libres,
sin dejar de ser eternas. Cuando produce o crea en el tiempo alguna cosa, la
mutación sólo tiene lugar en la cosa producida, pero no en la voluntad
inmutable y eterna de Dios.
El hombre ocupa lugar eminente
entre las criaturas: es el fin próximo y parcial de la creación, y el ser que
más se asemeja al Creador. Es un animal compuesto de alma y de cuerpo viviente,
dotado de razón, de libre albedrío, y capaz de vicios y virtudes.
El alma racional no es parte de
la substancia divina, ni trae su origen de la materia, sino que es incorpórea y
espiritual, creada de la nada por Dios, e inmortal.
Este mundo visible, compuesto de
cielo, tierra, mares y estrellas, se llama mundo porque está siempre en
movimiento y porque sus elementos están sujetos a perpetuas mutaciones o
cambios de ser y de obrar. Fue creado o sacado de la nada por la omnipotencia
de Dios, en todas sus partes, incluida la materia que entra en su composición.
El origen del mal es el defecto o
malicia de la voluntad; pues la naturaleza y la voluntad, consideradas en sí
mismas, son buenas, como lo son también todas las substancias creadas; el mal,
como tal y considerado en sí mismo, no es naturaleza o esencia.
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