Los Enamorados: El principio de la dualidad:

Según las enseñanzas religiosas y filosóficas de todas las culturas, la sexualidad del hombre es sólo una expresión de un “principio de la sexualidad” mucho más cósmico y universal, o de una dualidad que ya existía en las primeras fases de la creación del mundo. En los mitos de la creación de muchos pueblos esto aparece como un “espíritu de Dios” que flota sobre las aguas, una chispa divina que fertiliza la materia, una pareja primera que nace de la “unidad entera”. En el “Kybalion”, un libro muy interesante sobre la filosofía hermenéutica egipcia transmitida por los antiguos griegos, encontramos el “principio del sexo” como el último de siete principios: El sexo está en todo, todo tiene principios masculinos y femeninos, el sexo se manifiesta en todos los niveles. Y también: Los principios masculinos y femeninos siempre están en acción. Esto es cierto no sólo en el plano físico, sino también en los planos espirituales. En el plano físico este principio se manifiesta como sexo, y en los planos más elevados se expresa en formas más sutiles, pero el principio en sí, siempre es el mismo. Este principio trabaja siempre hacia la generación, la regeneración y la creación. Todo elemento masculino contiene también el elemento femenino; todo elemento femenino contiene también el elemento masculino.
La “unidad entera” sólo puede alcanzarse si uno se hace consciente e integra la parte complementaria – lo sexualmente opuesto en su psiquis -, para poder disponer posteriormente de ambos principios complementarios. Jung constata que lo inconsciente en el hombre es polarizado “femeninamente” como complemento de su polarización física consciente. En la mujer es al revés: su inconsciente es polarizado “masculinamente”. El ánima en el hombre representa el “principio Eros” (la capacidad de relacionarse); el ánimus en la mujer representa el “principio Logos” (la capacidad del discernimiento).
Si logramos reconocer a nuestra parte sexual opuesta, podremos experimentar una nueva e inesperada profundidad en nuestras relaciones de pareja, Jung afirma que curiosamente solemos escoger a nuestras parejas de tal manera que representen la parte desconocida e inconsciente de nuestra personalidad psíquica. Una vez que ésta se ha vuelto consciente, uno ya no proyecta sus propios errores en la pareja masculina o femenina, es decir, termina la proyección. De esta manera una gran cantidad de energía psíquica, hasta entonces atada a la proyección, queda liberada y puede ser luego puesta a disposición del propio Yo.


 

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