VICTORIA Y PAZ
"Una Dicha se
oculta en la raíz de las cosas.
Un Deleite mudo
contempla
las innumerables
Obras del Tiempo:
para albergar la
alegría de Dios en las cosas,
se dilató el espacio,
para anclar la
alegría de Dios en nosotros
nuestras almas
nacieron".
La victoria
decisiva sobre las fuerzas adversas
Es preciso, a cada
instante,
saber perderlo
todo para ganarlo todo;
despojarse del
pasado como de un cuerpo muerto
para renacer a una
plenitud mayor…
Así se expresa la constante
aspiración del ser interior que,
dirigido hacia Ti,
quiere reflejarte
como en un espejo cada vez más puro;
y Tu inmutable
Beatitud se traduce en él
mediante una fuerza
propulsiva de progreso,
de una intensidad
incomparable;
y esta fuerza se
transforma en el ser más exterior
en una voluntad
tranquila y segura,
que ningún obstáculo
podría vencer.
¡Oh, divino Maestro,
con qué ardiente amor soy Tu servidor!
Con qué pura,
inmóvil, infinita alegría
soy Tú mismo en todo
lo que se halla más allá
de toda existencia
con forma.
Y las dos
consciencias se unen en una plenitud sin igual.
“Dónde veas un
final grandioso, está seguro de que hay un gran principio. Donde una
destrucción monstruosa y dolorosa aterra a la mente, consuela la mente con la
certeza de una creación amplia y grande. Dios no sólo está en la voz pequeña y
calmada, también está en el fuego y en el torbellino.
“Cuanto más grande la
destrucción, más libres las oportunidades de creación; pero la destrucción es a
menudo larga, lenta y opresiva, la creación tarda en su aparición o es
interrumpida en su triunfo. La noche vuelve de nuevo una y otra vez y el día se
demora o parece incluso haber sido un falso amanecer. Pero no hay que
desesperarse sino estar vigilante y trabajar. Aquellos que esperan con
desespero, se desaniman rápidamente: ni esperar ni temer, sino estar seguro del
propósito divino y de tu voluntad de realizarlo.
“La mano del divino
Artista trabaja a menudo como si no estuviera seguro de su genio y de su
material. Parece que llega, prueba y luego lo deja, lo coge y lo tira y lo
vuelve a coger, trabaja, falla y le salen chapuzas y vuelve a juntar todas las
piezas. Sorpresas y decepciones son cosas que pasan en el transcurso del
trabajo hasta que todas las cosas están listas. Lo que uno escogió, lo aparta
en el abismo de la reprobación; lo que se rechazó, se convierte en la piedra
angular de un poderoso edificio. Pero detrás de todo esto está el ojo seguro de
un conocimiento que sobrepasa nuestra razón y la suave sonrisa de una habilidad
infinita.
“Dios tiene todo el
tiempo ante él y no necesita estar siempre con prisas. Está seguro de su
objetivo y de su éxito y no le importa si su trabajo se rompe cien veces para
poder llevarlo casi hasta la perfección. La paciencia es nuestra primer gran
lección, pero no la torpe lentitud del tímido, del escéptico, de los que se
rinden, de los perezosos, de los que no tienen ambición o de los cobardes; una
paciencia llena de calma y que reúne la fuerza que está vigilante y que se prepara
para la hora de las grandes y rápidas pinceladas, pocas pero suficientes para
cambiar el destino.
“¿Por qué Dios
golpea con tanta intensidad a su mundo, lo pisotea y amasa como a una masa de
pan, lo arroja a menudo a un baño de sangre y al horno incandescente? Porque la
humanidad en la masa es todavía dura, vil y cruel mineral que de otra forma no
podría ser fundida ni se le podría dar forma; igual que su material, así es su
método. Ayudemos a que se transmute él mismo en un metal más puro y más
noble, que sus caminos se vuelvan más suaves y dulces, más nobles y más justos.
“¿Por qué, él
seleccionó o creó dicho material, cuando tenía todas las infinitas
posibilidades dónde escoger? Porque antes había visto en su Idea no sólo la
belleza y la dulzura y la pureza, sino también la fuerza y la voluntad y la
grandeza. No desprecies la fuerza, no la odies por la fealdad de algunos de
sus aspectos, ni pienses que sólo el amor es Dios. Toda perfección perfecta
debe tener algo en ella de la materia del héroe e incluso de la del Titán. Pero
la fuerza más grande nace de la más grande dificultad.”
La perfección divina
siempre está por encima de nosotros; pero para que el hombre se vuelva divino
en conciencia y actúe y viva interna y externamente, la vida divina es lo que
se entiende por espiritualidad; todos los significados menores dados a la
palabra son balbuceos o imposturas inadecuados.
Ya he hablado sobre
la mala condición del mundo; la idea habitual de los ocultistas al respecto es
que cuanto peor son, más probable es la llegada de una intervención o de una
nueva revelación desde arriba. La mente ordinaria no puede saber: tiene que
creer o no creer o esperar y ver. En cuanto a si el Divino quiere en serio que
algo suceda, creo que está destinado. Sé con absoluta certeza que el
supramental es una verdad y que su advenimiento es inevitable en la naturaleza
misma de las cosas. La pregunta es cuándo y cómo. Eso también está decidido y
predestinado desde algún lugar de arriba; pero aquí se libra en medio de un
choque bastante sombrío de fuerzas en conflicto. Porque en el mundo terrestre
el resultado predeterminado está oculto y lo que vemos es un torbellino de
posibilidades y fuerzas que intentan lograr algo con el destino de todo aquello
oculto a los ojos humanos. Sin embargo, es seguro que varias almas han sido
enviadas para ocuparse de que sea ahora. Esa es la situación. Mi fe y voluntad
son para ahora. Me refiero, por supuesto, al nivel de la inteligencia humana,
místicamente racional, como podría decirse. Decir más sería ir más allá de esa
línea. ¿No quieres que empiece a profetizar, supongo? Como racionalista, no
puedes.
Uno debe tener un
corazón tranquilo, una voluntad establecida, abnegación de todo el ser y los
ojos constantemente fijos en el más allá para vivir sin desanimarse en tiempos
como estos, que son realmente un período de descomposición universal.
Estos períodos de
estancamiento siempre ocultan el trabajo bajo la superficie que más adelante
producirá algún avance.
Siempre opino que
lo interno debe preceder a lo externo; de lo contrario, cualquier trabajo que
intentemos más allá de nuestros poderes y conocimientos internos probablemente
fracasará o se romperá.
Querer lo que Tú
quieres siempre y en cualquier circunstancia es la única forma de disfrutar de
una paz inquebrantable.
Volverse hacia Ti,
unirse a Ti,
vivir en Ti y para
Ti,
es el bienestar
supremo,
la alegría sin
mezcla,
la paz inmutable;
es respirar el
infinito,
planear en la
eternidad,
no sentir ya los
propios límites,
escapar al tiempo y
al espacio.
¿Por qué rehuyen los
hombres estos beneficios como si tuviesen miedo?
¡Qué extraña cosa la ignorancia, fuente de
todos los sufrimientos!
¡Qué miseria esta
oscuridad que aleja a los hombres
de lo que es
precisamente su felicidad
y los sujeta a esta dolorosa escuela de la
existencia ordinaria,
hecha toda de luchas
y de sufrimientos!
El único remedio
¿Ves?, en el estado
actual del mundo, las circunstancias son siempre difíciles. El mundo entero
está en un estado de lucha, de conflicto entre las fuerzas de la verdad y de la
luz y todo lo que se opone, todo lo que no desea cambiar, lo que representa esta
parte del pasado que está fija, rígida y que rehusa marcharse. Naturalmente,
cada individuo atraviesa sus propias dificultades y hace frente a los mismos
obstáculos.
Para ti, no hay más que una
solución. Es una su-misión total, completa y sin reserva. Lo que quiero decir,
es que tú debes hacer el don no solamente de tus acciones, de tu trabajo, de
tus ambiciones, sino también de todos tus sentimientos, en el sentido de que
todo lo que tú haces, todo lo que tú eres, es exclusivamente para el Divino. Entonces
tú te sientes por encima de las reacciones humanas de tu entorno –no solamente
por encima sino protegido por el muro de la Gracia divina. Una vez que no
tienes más deseos, más apegos, una vez que has renunciado a la necesidad de
recibir una recompensa de los seres humanos, de quién sea, –sabiendo que la
única recompensa digna de ser recibida es la que viene del Supremo, y que jamás
te defraudará–, una vez que has renunciado al apego a todos los seres y a todas
las cosas exteriores, inmediatamente sientes en tu corazón esta Presencia, esta
Fuerza, esta Gracia que no te abandona jamás.
Y no hay otro remedio. Es el
único remedio para todo el mundo sin excepción. A todos aquellos que sufren, es
preciso decirles lo mismo; todo sufrimiento es el signo de que la sumisión no
es total. Entonces, cuando tu sientes en ti un «bang» así, en lugar de decir:
«Oh, eso va mal», o «las circunstancias son difíciles», dices: «Mi sumisión no
es perfecta». Entonces eso va bien. Entonces sientes la Gracia que te ayuda y
te conduce, y avanzas. Y un día emerges en esta paz que nada puede enturbiar. A
todas las fuerzas contrarias, a todos los movimientos contrarios, a todos los
ataques, a todas las incomprensiones, a todas las malas voluntades, tú
respondes con la misma sonrisa que viene de una confianza absoluta en la Gracia
divina. Y es la única salida; no hay otra.
Este mundo es un
mundo de conflicto, de sufrimiento, de dificultades, de tensión, está lleno de
todo eso. No ha cambiado todavía, todavía tardará un poco en cambiar. Y cada
uno tiene la posibilidad de salirse. Si te apoyas sobre la presencia de la
Gracia suprema, esa es la única salida. (...)
No cuentes con la apreciación
humana –porque los seres humanos no saben sobre qué basarse para apreciar algo,
y, más aún, cuando algo es superior a ellos, no lo aman.
Pero ¿dónde
encontrar una fuerza tal?
En ti. La
Presencia divina está en ti. Ella está en ti. Tú la buscas en el exterior;
busca dentro de ti. La presencia está allí. Tú deseas la apreciación de los
otros para encontrar la fuerza –no la encontrarás jamás. La fuerza está en ti.
Si tú quieres, puedes aspirar hacia lo que parece el fin supremo, la luz
suprema, el conocimiento supremo, el amor supremo. Pero eso está en ti –pues si
no lo estuviera, no podrías jamás entrar en contacto con ello. Si vas
suficientemente profundo dentro de ti, la encontrarás allí, como una llama que
arde siempre permanentemente, sin vacilar.
Y no creas que eso sea tan
difícil de hacer. No sientes la presencia porque tu mirada se dirige todavía al
exterior. Pero, si en lugar de buscar apoyo en el exterior, te concentras y
ruegas –dentro de ti, hacia el conocimiento supremo– con el fin de saber en
cada instante lo que es preciso hacer y la manera de hacerlo, y si ofreces todo
lo que tú eres, todo lo que haces para llegar a la perfección, sentirás que el
apoyo está allí, guiándote siempre, mostrándote siempre el camino. Y si hay una
dificultad, en lugar de querer combatirla, la entregas, la entregas a la
sabiduría suprema para que ella se ocupe –que se ocupe de todas las malas
voluntades, de todas las incomprensiones, de todas las malas reacciones. Si tú
te sometes enteramente, eso deja de ser asunto tuyo: es el asunto del Supremo,
quien se hace cargo y sabe mejor que nadie lo que es necesario hacer. Ésa es la
única salida, la única salida. Ahí está, hijo mío.
Ver, conocer, devenir
y alcanzar este Uno en nuestro ser interior y en toda nuestra naturaleza
exterior, ha sido desde siempre el fin secreto de nuestra existencia encarnada,
y ahora llega a ser nuestra motivación consciente. Ser consciente de Él en
todas las partes de nuestro ser e igualmente en todo lo que la mente divisora
considera como fuera de nuestro ser, tal es la culminación de la consciencia
individual. Ser poseído por Él, y poseerlo a Él en nosotros mismos y en todas
las cosas, es la cima de todo imperio y de todo dominio. Saborear su presencia
en todas las experiencias, pasivas o activas, en la paz y en el poder, en la
unidad y en la diferencia.
Si salimos
derrotados en nuestro objetivo inmediato, es porque Él lo ha destinado al
fracaso; a menudo, una derrota o un resultado defectuoso es el camino adecuado
para encontrar una solución más ajustada a la verdad, la cual no habría sido
puesta a nuestro alcance si el éxito hubiese sido inmediato y completo.
Igualmente, si sufrimos es porque algo en nosotros debe ser preparado para una
más excepcional posibilidad de felicidad. Si tropezamos, es para que,
finalmente, aprendamos el secreto de una marcha más perfecta. No nos
precipitemos con una furia exagerada para lograr incluso la paz, la pureza y la
perfección.
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