El Carro de Platón:

En el “Fedro” Platón ilustra la naturaleza del alma al compararla con la fuerza unida de un tiro de corceles alados conducidos por un auriga. Los caballos y el conductor de las almas de los dioses son buenos, robustos, dóciles y de raza pura; en cambio, en el caso de los hombres, el carro se ve arrastrado por un caballo dócil y otro díscolo, dificultando al conductor su manejo. Cuando la montura es perfecta y alada (divina), surca las alturas y gobierna todo el cosmos, pero la que pierde sus alas se precipita hacia la tierra y se aferra a un cuerpo (encarna).
Platón compara el alma con un carro tirado por dos caballos alados y dirigido por un auriga. Los caballos de los dioses son nobles y conducen sus carros armónicamente hasta el cielo, donde encuentran el verdadero ser, la justicia y el conocimiento. En los carros de los hombres sólo un caballo es noble y dócil, el otro es terriblemente díscolo. Así, cuando el alma del hombre quiere levantarse a la dimensión del verdadero ser, el caballo indócil tira hacia abajo. El resultado es obvio: el carro vacila y cae a la tierra, y el alma encarna.

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